Para mí el aislamiento ha sido algo 100% cultural

“El 2019 fue un buen año para mí en términos generales. Me dieron la coordinación del Taller de Lectura del Templo de Santa Mónica y me incorporé al Ministerio de Cultura del mismo, ayudando a organizar conciertos y paseos, incluyendo un viaje a Puebla.

Había buenas noticias en mi familia: mi hija tendría un bebé en diciembre y mi nieta mayor crecía sana, fuerte, feliz y muy contenta de asistir a la escuela. Para mi cumpleaños 70, en octubre, vinieron mis hermanos, sobrinos e hijos, mis hijos me organizaron la sorpresa y no esperaba ver que llegaban de muy lejos. Todo parecía normal, alegre y feliz.

Con la llegada del bebé ni tiempo de ver noticias, ni siquiera de acordarme que cumplí 14 años de jubilada.

En enero de 2020, me nombraron coordinadora del Ministerio de Cultura, bueno, haría con gusto el trabajo. En febrero, mi hijo nos anunció que se casaría en julio con una chica muy guapa en Asunción, Paraguay; había tiempo para preparar el viaje.

Y empiezan a llegar noticias cada vez más alarmantes de Asia y Europa: un virus nuevo está atacando con furia a la población, sin importar país, religión ni situación socioeconómica. Pensé que ya habíamos pasado una pandemia originada en México: la H1N1. No me preocupaba mucho; debía comprar mi boleto de avión y reservar el hotel con tiempo.

También en febrero adquirimos boletos para viajar a Monterrey. Mi hija, su familia y yo queríamos pasar Nochebuena y Año Nuevo en Laredo, con mi hermana.

Los miércoles había iniciado un diplomado y no tenían intención de suspenderlo. Fuimos a clase el 11 de marzo y esa misma semana el Tec de Monterrey lanza la alarma: los alumnos a sus casas a tomar clases en línea hasta nuevo aviso. Los frailes de Santa Mónica avisan que se suspenden todas las clases y talleres hasta nuevo aviso y que el Templo se cierra para protección de todos.

A ellos, de Europa les dijeron que tomaran medidas, que de haberse tomado allá dos semanas antes la dimensión de la tragedia sería menor; no me quedó de otra más que encerrarme a inventar qué hacer: tomar clases de francés en línea, ver programas culturales, leer y hacer algunas reuniones por Zoom.

A principios de abril mi hija me pidió que me fuera unos días con ella para ayudarle con los niños, necesitaba que alguien los cuidara cuando iba al super mientras su marido trabajaba en línea. Estuve con ellos casi 5 meses. La alegría de verlos y convivir con ellos hizo muy llevadero el encierro.

Las clases de mi nieta fueron un fracaso. La falta de experiencia de las maestras en el uso de las nuevas tecnologías se reflejó y no dieron el resultado esperado. La niña se negaba a tomar las clases; una triste experiencia porque le gusta ir a la escuela.

La boda se pospuso, con tanta incertidumbre no compré el boleto de avión para julio. Fijaron nueva fecha para diciembre, el 12. Pero al llegar a Asunción, hay que aislarse completamente dos semanas; ni modo. Eso es lo que más me ha dolido, no poder estar con mi hijo en esa fecha tan importante.

Tampoco pudimos ir a Estados Unidos a pasar las fiestas decembrinas y en medio de tantas dificultades, una buena noticia: mi hija mayor consigue trabajo, algo lejos, pero en plena pandemia y con tantas pérdidas de empleo es muy buena noticia.

Por otra parte, consideramos que el Ministerio de Cultura debía tener algunas actividades. Organizamos  tres conferencias y dos cursos de arte barroco y ahora tenemos venta de acuarelas de Ramona Arnau.

Y acá seguimos, en el encierro, con la tristeza de saber que no volveremos a ver a algunos queridos colegas y amigos, y con el temor de que esta espada de Damocles caiga en nuestra familia”.

Natalia Lonngi
71 años